Novaltea Ediciones, S.L.                     Apdo.1674 - 03590 ALTEA (Alicante – España)

 

 E-mail ediciones@novaltea.es



 

 

 

 

VISITANTES

  poker

 

Sólo los autores de los textos son responsables de su contenido. Por iniciativa de sus autores, esta editorial se limita a hacer públicos sus textos.

 

Colaboraciones

Reiteramos que, salvo previo contacto con los autores y conformidad de los mismos, Novaltea Ediciones no hará modificaciones ni correcciones en los textos que se exponen.

E-mail para esta sección:

colaboraciones@novaltea.es

 

TRABAJOS QUE NOS HA REMITIDO

MYRIAM DÍEZ FERNÁNDEZ , LA CORUÑA, 18-11-2007

 

 

                                                   Señor Rey

 

   

             

…Mi rey, antes de nada debo pedir disculpas por el estado en que me hallo, pues me imposibilita el gesto de reverenciarle. Ante su “propuesta”, he de contarle algo. Alguien me dijo una vez que el cambio empieza por uno mismo, frase que en su momento no supe aplicar por carecer de sentido para mi. Soy alfarero de pies a cabeza. El barro es mi pasión y lo cuido en su evolución hasta que le doy forma, mejor que a un hijo. Un día esto me pasó factura y me quedé sin mis seres queridos, pero con mi taller de barro. Repasé la historia de mi vida, auge y declive, todo estaba mal programado. Empecé a cambiar mi pequeño mundo, prestando mayor atención a esos pequeños detalles que, al no ser consciente de ellos, terminaban en males más o menos llevaderos, pero siempre con un precio. Tiré mi antigua vida por la ventana y decidí volver a nacer, quitándome de la cabeza cualquier idea preconcebida del bien o del mal, socialmente hablando. Descubrí que no solo hay un método para hacer las cosas, sino que era yo el que tenía una única forma de hacer las cosas y la aplicaba a todo, persona, trabajo o animal. Tuve que entender, que primero existe la idea, luego las personas que la comparten en mayor o menor medida, después las necesidades a cubrir para llevarla a cabo y por último las normas a seguir para que terminase siendo algo productivo. Este sistema funcionó. Empecé a reconstruir el taller, pero tenía poca mano de obra y en la aldea apenas había gente así que me fui por los alrededores en busca de trabajadores y, los encontré. La gente que venía, no tenía dónde quedarse a vivir. Nos reunimos con el objetivo de ir cubriendo las nuevas necesidades de la aldea. Unos opinaban que lo más importante eran las viviendas, otros que la falta de agua, otros la atención sanitaria. Entonces creamos un consejo donde la gente podía proponer ideas que nos ayudasen a todos, las escuchábamos e intentábamos ponerles solución, independientemente de que el problema expuesto fuera individual o colectivo. Las personas, a veces, tienen preocupaciones que no alcanzamos ver porque no hemos pasado las mismas situaciones, las llamamos minoritarias, pero no por ello son menos importantes. Si la desgracia se ceba en una persona, debemos saberlo y obrar en consecuencia. Escuchando a los habitantes y sabiendo sus necesidades, empezamos a construir leyes amoldadas a nosotros, nuestros deseos y prioridades. La aldea pronto se transformó en un gran pueblo próspero, pero nos seguía faltando mano de obra. Al correr la noticia de que en nuestra pequeña ciudad se vivía de acuerdo con el respeto hacia las personas, sin degradarlas, sin humillarlas, tratándolas de igual a igual, muchos quisieron unirse y comenzaron a llegar hombres y mujeres de otro color, raza, cultura, dándole más vida y alegría al pueblo. Disponían de nuevos métodos e ideas que eran escuchados y de los que aprendíamos todos, que ayudaban a que la villa fuese cada día un lugar mejor para vivir. Las personas, aunque muchas no hablábamos el mismo idioma, siempre intentábamos entendernos, que era lo importante, la lengua que hablásemos era lo de menos, a nadie se le castigaba ni menospreciaba por eso. Tampoco teníamos fronteras, sabíamos que la tierra, aunque es de todos, realmente no es de nadie, pues ninguno puede conservar nada eternamente. Aprendimos, simplemente, a disfrutar de ella, compartiéndola con todos aquellos que vinieran buscando un poco de humanidad.

Enseñábamos a las generaciones futuras a confiar en sí mismos, a potenciar sus aptitudes y a respetar el medioambiente para que siempre pudiéramos disfrutar de una agradable puesta de sol desde cualquier entorno, sin basuras, sin edificios enormes, sin nubes de contaminación, sin residuos tóxicos. A los ancianos y ancianas se les tenía un gran respeto por la sabiduría que les regalaba la edad y la experiencia. No se los abandonaba cuando perdían la cordura, ni se los maltrataba por sus manías. Al crecer tanto la ciudad, volvimos a necesitar mano de obra y el camino me ha conducido hasta su reino. Estuve recorriendo las calles de su ciudad y sólo he encontrado rateros, mendigos, enfermos, timadores y mucha pobreza. Necesito gente mentalmente estable, pero gracias a la forma que tiene de gobernar, esto se ve, desde cualquier punto, imposible. He intentado tener audiencia con usted, cosa que por lo que ve, ha sido imposible. Ya es desgracia, que para que su real majestad me atienda, haya pedido a un par de hombres amables que me aten a este árbol en la entrada de su palacio, que, por cierto, después de inmovilizarme con las cuerdas, me han desvalijado. Con todo y con eso, ha tardado tres días en “recibirme”.La cuestión que quiero plantearle como extranjero que goza de su “real hospitalidad” es, si me permite la pregunta, ¿de qué es usted rey?, ¿qué clase de reino gobierna?

 

 

 

 

 

 

Con Los Pies Descalzos

 

 

 Con los pies descalzos, Jonás iba recorriendo los escasos cien metros que le separaban del monte Getsemaní. Hacía apenas dos horas había sido asaltado por unos bandidos chiítas que generosamente a cambio de su vida, le robaron hasta los zapatos. Jonás estaba en ciudad santa intentando cumplir la misión que le había dejado su padre como única herencia y a lo que éste dedicó toda su vida: Buscar las famosas treinta monedas de oro que el Sanedrín dio a Judas a cambio de la entrega de su maestro. Jonás no era católico, ni budista, ni gnóstico, ni nada, si tenía alguna creencia era la fe ciega en que después de morir te comían los gusanos, nada más allá de eso. Pero quería y respetaba el tesón de su padre, todo el tiempo que empleó dedicado al estudio y búsqueda de esas monedas, reales o no. Aún no podía arrancar de su memoria aquél fatídico día, en el que arrodillado frente al lecho mortuorio, su padre, le agarró fuertemente las manos y acercándosele al oído, con un débil susurro, le pidió que siguiera su mismo camino con la misma tenacidad que él y con el mismo ímpetu. Jonás no pudo negárselo y ahora estaba metido en un pequeño lío, sin ropa, sin papeles, sin dinero y a más de dos mil kilómetros de su casa. Jonás se dedicaba, extraoficialmente, a la falsificación de manuscritos y pergaminos antiguos, conocía todos los secretos de este arte, llegando a tal perfección que sus trabajos podían burlar las pruebas del carbono catorce sin ningún género de duda. Gracias a esto, poseía amigos en casi todos los rincones del planeta y por eso se dirigía a Getsemaní, para encontrarse con Abú, que había pasado en ese preciso instante, de amigo a salvador. Semidesnudo se camufló entre los olivos del monte e intentando serenarse esperó a Abú. Más de cuatro años llevaba Jonás rebuscando entre falsas informaciones y peores pistas, además, los trabajos recogidos por su padre se limitaban a unos cuantos pequeños objetos de dudosa identidad y una maraña de apuntes indescifrables, pero esa noche su amigo debía entregarle algo. Le había telefoneado esa misma tarde citándole en Getsemaní con la promesa de entregarle un objeto revelador para su investigación, sin más aclaraciones. El frío empezaba a entumecer sus dedos descalzos, Abú se retrasaba y Jonás empezó a tener dudas sobre si se presentaría o no esa noche en el monte. Entonces apareció como salido de la nada. Al ver el estado tan lamentable en que se encontraba Jonás, se quitó la túnica que llevaba por encima de la chilaba y amablemente le cubrió con ella. Éste hizo un gesto de gratitud ya que el temblequeo instalado en su cuerpo le impedía decir palabra alguna. Abú sacó de su bandolera una especie de petaca hecha con piel de camello, en la que llevaba un extraño licor curativo que le acercó a la boca, olía a rayos y, como acto reflejo Jonás retiró la cabeza hacia atrás, pero Abú le sujetó con fuerza y le obligó a ingerirlo. Aún sabía peor que olía, casi vomita a causa del amargor de la bebida, no sabía si darle las gracias o acusarle de intentar envenenarle, lo cierto es que empezaba a mejorarse rápidamente y al momento ya estaba recuperado. Comenzaron a charlar sobre lo que le había ocurrido a Jonás y Abú bromeaba al respecto, cosa que no hacía ninguna gracia a éste y así se lo dio a entender cortando radicalmente la conversación que ambos mantenían con una certera pregunta:

-¿Porqué me has citado en este lugar tan apartado, en mitad de la noche?.

- Yo era amigo de tu padre antes que tuyo, le conocía, sabía de su obsesión por las monedas de Judas y siempre traté de persuadirle para que dejara esa búsqueda, pues tenía otra misión que nunca cumplió.

- Pero… ¿cómo es posible que fueses amigo de mi padre si el me doblaba la edad a mi y yo a ti?

- Las cosas no son siempre, es más, nunca, lo que parecen. Conocí a tu padre cuando sólo era un joven aprendiz de la vida y le acompañé en su trabajo durante algunos años, hasta que conoció a tu madre, se enamoró y gracias a Dios, decidió irse con ella a tierras más seguras en el centro de Europa, entonces llegaste tú y cuando cumpliste los doce años a tu madre le explotó una carta bomba que iba dirigida a tu padre por parte de radicales islamistas, él nunca superó el sentimiento de culpabilidad que le produjo su muerte y volvió a lo único que conseguía absorberle del todo, su búsqueda. Pero con una vida perdida en este empeño ya vale, no emplees la tuya también, disfrazándola de promesa o sintiéndote culpable por no terminar su trabajo, pues nunca ha sido cosa vuestra ni de nadie. La historia de Judas es simple, renació como apóstol de la mano de Jesús. Sin embargo no fue tarea fácil, tenía muy clavadas las enseñanzas que los sacerdotes dictaban a través de las Sagradas Escrituras en el templo, que por otro lado contradecían en forma y modo a lo que predicaba su maestro, esto le hacía dudar hasta de sí mismo y le creaba constantes crisis de fe. Por otro lado estaba el trato que le proporcionaban algunos otros apóstoles que le hacían sentirse degradado y humillado, gastándole bromas pesadas delante del maestro y al que miraba en busca de ayuda, consiguiendo no más que una sonrisa de aprobación. Esto le dolía infinitamente pues él amaba a Jesús y necesitaba alguna palabra de comprensión o apoyo de su parte, pero nunca las hubo. Cuando prendieron a Jesús, Judas no sabía que le iban a matar, pues los sacerdotes le habían prometido que sólo querían escuchar lo que iba predicando para juzgar si su procedencia era divina o no, él pensó que esto sería bueno, pues no había nada que temer y pronto le soltarían al ver que era un buen hombre sin peligro alguno para la sociedad. Nada más lejos de lo que sucedió después. Al poco de esto ocurrió lo que todo el mundo sabe a excepción de una cosa: Judas nunca cobró las famosas treinta monedas. Según el acuerdo al que llegaron, cobraría después de que Jesús fuera entrevistado por el Sanedrín, no antes. Cuando Judas se dio cuenta de lo que estaba pasando, de que él había sido el causante de la tortura y sufrimiento de su amado maestro, se suicidó. Todo esto es cierto, créeme, nunca llegó a cobrar las monedas, por eso no pueden existir en ningún sitio. Tu padre dejó de vivir su vida, intentando ocultar en su memoria todo lo que pudiera recordarle a su esposa, incluido tú, te criaste entre internados y campamentos, con tutores, lejos del abrigo paterno y tú, en vez de odiarle por ello, te afanabas en agradarle, buscando su atención y cariño que nunca llegaron, no  te quiso ni más ni menos por lo que llegaras a hacer, no tenía tiempo para eso, pero ese era su cometido ordenado por Dios y no lo materializó. Buscando a Judas, se convirtió en el Judas de su propia vida. Tú también tienes una vida que vivir, única e intransferible y debes encontrar el papel adecuado para escribir tu historia en el libro del firmamento de Dios, sino tu alma no se llenará nunca de cosas buenas que puedas ofrecerle y ofrecerte y volverás a nacer, una y otra vez, hasta que lo hagas. Olvídate de todo esto y vive, entrégate a la esperanza, al amor, al trabajo bien hecho, a los demás, deja que todo fluya en armonía y busca la paz, pues lo que estás buscando hace dos mil años que está muerto y no es nada interesante.

- ¿Cómo sabes todo esto? ¿Quién eres tú?

- Todo está escrito antes de que existiera el tiempo, a través de la Sabiduría de Dios, no hay nada fuera de Él… Créeme, nunca cobré esas monedas…

 

 

 

 

Silencio Obligado         

 

  Lentamente pasaban las horas a través de los barrotes del ventanuco en la celda de Juana. Absorta, su mirada se perdía en el recuerdo, alumbrada por un pedazo de rayo solar que, a duras penas, luchaba por abrirse camino entre la oscuridad de su mente y la frialdad de su celda. Apenas lograba abrir sus ojos para otra cosa que no fuese el llanto, un llanto silencioso y amargo que repetía hasta que sus lágrimas ahogaban toda posibilidad de escapar del pasado, creándole un palacio de sufrimientos del que no deseaba salir. En cierto modo, Juana, necesitaba llenarse de culpa y de nada le hubiese servido el perdón de los demás, ni siquiera el de Dios, porque lo que más quería era lo único que no era capaz de hacer, perdonarse a sí misma. Tres largos y estériles años llevaba ingresada en ese frío psiquiátrico sin ningún tipo de resultado, Juana seguía mirando a la nada, hasta que, un lluvioso día cualquiera del mes de abril, su caso fue traspasado bajo el control de la doctora Li. El doctor Rico se había estado ocupando de Juana desde su ingreso, sin embargo se deshizo del caso, pues, aunque él ponía todo de su parte para su total recuperación, le resultaba agotador no ver ningún tipo de progreso en el comportamiento de Juana, lo que le hacía plantearse su aptitud como psiquiatra cuando, a solas, hacía balance de su vida profesional. Un día Rico se presentó en la habitación donde pasaba consulta la doctora Li pidiéndole ayuda. Desesperado, le expuso el caso y le rogó que se hiciese cargo de ella, pues, en los tres años que llevaba tratándole, no había conseguido ni una palabra, ni siquiera que apartase la vista del vacío. Parecía muy interesado en su recuperación e insistió hasta que Li no tuvo más opción que aceptar. A la doctora no le gustaba tratar pacientes de otros porque siempre le tocaba discutir con sus médicos todos los pasos que seguía en las posibles recuperaciones, así que aceptó con la condición de no dar explicaciones sobre los métodos empleados bajo su total responsabilidad. Rico aceptó, con la promesa por parte de Li, de que sería informado de cualquier cambio que se produjese en su estado, por mínimo que éste fuese. Rico salió del despacho y Li cogió el informe.

“Mujer blanca. Treinta y dos años. No alergia conocida. Negativo en consumo de estupefacientes. Sin antecedentes psiquiátricos personales ni familiares. No intervenciones quirúrgicas de importancia. Estado de shock profundo. Causa del shock: desconocida. Ingreso voluntario. Habitación trescientos cuatro, celda de aislamiento.”

 

Para la doctora Li era bastante raro que alguien en estado de shock se ingresase voluntariamente, no era lógico, ni eso, ni que nadie se hubiese percatado del error. Tampoco le encajaba que alguien que no encerraba peligro para sí ni para otros estuviese aislado, ¿por qué?. Empezó a sentir curiosidad y decidió bajar a la planta de admisión para comprobar la firma en el parte de ingreso de Juana. Ninguna de las oficinistas dio con él, simplemente no estaba. Localizó a Rico por teléfono y le expuso las dudas que tenía sobre el informe, éste le restó importancia diciéndole que sólo eran temas burocráticos y que en todos los hospitales se perdían papeles. Li se disculpó por hacerle perder el tiempo con tonterías y colgó, pero seguía con dudas y pensó que quizás la clave para responder a sus preguntas estaba en Juana. Subió a la quinta planta que era donde estaban los pacientes en aislamiento, recorrió el infinito pasillo que rodeaba la estancia y que desembocaba en la trescientos cuatro, la última habitación.

Se asomó por el ventanuco de cristal y malla que adornaba la puerta esperando observar algún indicio o idea que pudiese utilizar para romper el hielo, para llamar la distante atención de Juana, pero no encontró nada a primera vista que se le antojase como llave de apertura, ni siquiera podía verla desde ese ángulo. Entonces decidió entrar y se encontró a Juana sentada en el lado derecho de la cama con la mirada fija en pared, apenas pestañeaba, parecía como si se hubiese creado su propio estado de pausa en el tiempo y hubiese caído presa de un horizonte únicamente visible para ella. Como no tenía por dónde empezar, decidió usar la empatía, intentando ponerse en situación de hundimiento personal, cualquiera que fuera la causa y empezó a sentir las necesidades humanas que todo individuo, posiblemente, en ese estado, hiciera presentes. Se acercó hasta la orilla de la cama y se sentó a su lado, cogió su mano entrelazándola con la suya y le acarició el pelo, Juana seguía inmóvil, después le abrazó. Entonces Juana le miró con gesto de incertidumbre. Li había conseguido, con un momento de humanidad, el efecto que no se había producido con fármacos y otros medios en tres años: un momento de lucidez.

- Soy la doctora Li y he venido a ayudarle.

Juana rompió a llorar entre sus brazos desconsoladamente mientras susurraba: -“nadie puede…nadie puede”.

Dos enfermeras entraron en la habitación para asearla como cada día, Li les pidió que dejaran la muda encima de la cama y que se marchasen, que ella se encargaría de todo, éstas respondieron con un gesto de desaprobación, pero obedecieron sin hacer preguntas. A partir de entonces Li se ocupaba de todo lo relacionado con el día a día de Juana y ésta iba respondiendo, lentamente, a la confianza que le brindaba la doctora. Los llantos se redujeron considerablemente, incluso había veces que sonreía. Li le hablaba constantemente, de forma dulce y amable, estrechando lazos. Le contaba cosas graciosas que le pasaban con sus hermanas, le hablaba del tiempo o de cualquier otro tema que pudiese entretenerle sin que se sintiera acorralada o incómoda. Transcurrieron seis meses antes de que Juana dijera su primera frase:

-No me gusta el zumo de naranja envasado.

Li quedó estupefacta, luego sonrió.

 -A mi tampoco, sabe a plástico mezclado con cartón, no me mires así, yo se cómo sabe el cartón, como mucha fibra… ¿Sabes?, creo que lo mejor que podemos hacer es desayunar en la cafetería del hospital, tienen un buen zumo de naranja fresquito y unos cruasanes que quitan el hipo, ¿qué dices?

- ¿hay chocolatinas?

- Sí.

-¡Hecho!

 

Li y Juana tuvieron su primera charla en la cafetería a la que le seguirían otras muchas. Li ya tenía a Juana en el punto que deseaba, era el momento de intentar acceder al interior de ella sutilmente. Mientras pensaba en ello sonó su busca, era el número del doctor Rico. Le telefoneó y quedaron en verse en la consulta de él.

- Doctora, he oído que ha conseguido muchos progresos con Juana, le recuerdo que prometió informarme de los avances de la paciente, ¡no que me enteraría por ahí escuchando chismes de las enfermeras!

- Buenos días doctor…, bueno, la verdad es que me ocupa mucho tiempo y apenas desconecto del tema, pero los avances no son tanto, no se lo que ha oído ni lo que le han contado pero…

- ¿Habla?

- No, aún no.

- En cuanto diga una sola palabra, ¡y digo una sola!, quiero ser el primero en saberlo, ¿está claro?

 

Li salió rápidamente de la sala, después de asentir con la cabeza la orden de Rico, Juana hablaba desde hacía dos meses, pero el doctor no tenía porqué saberlo, necesitaba tiempo para encontrar respuestas, además, ¿por qué ese empeño repentino de Rico?, Li no entendía nada. Decidió usarse a sí misma como cebo para que Juana hablara, tenía el extraño presentimiento de que no le sobraba el tiempo. Se dirigió a la trescientos cuatro y un momento antes de entrar se paró, respiró profundamente para serenarse y se llenó los ojos de suero fisiológico. Cuando Juana vio en el estado en que parecía encontrarse Li, le respondió de la misma manera que ella cuando tuvieron su primer encuentro hacía unos meses, la mimó y tranquilizó, sin preguntas. Li estaba sorprendida por dentro y sentía un cariño especial por Juana, ya no la consideraba como una interna, si no como una amiga y quería de veras ayudarla, por lo que estaba dispuesta a llegar hasta el final y siguió con su juego.

- Hace cinco años mi marido y yo fuimos a la fiesta anual que organizaba una conocida empresa farmacéutica, por aquél entonces la relación que manteníamos no pasaba por nuestro mejor momento y, de vuelta a casa, comenzamos a discutir en el coche, mi marido estaba borracho, como casi siempre, así que paré en mitad de la carretera y le ordené que se bajase, por supuesto no me hizo ni caso así que le empujé hacia afuera y cayó en el arcén sin soltar la botella, cerré la puerta y arranqué. Cuando miré por el retrovisor le vi en mitad de la carretera haciéndome gestos para que volviese, yo lo ignoré resentida, convencida de que le hacía falta un escarmiento, pero, de pronto, asomaron por la curva los potentes faros de un trailer, que no tuvo tiempo de nada más que de atropellarle, lanzando su cuerpo a doscientos metros cayendo justo en el maletero de mi coche, del cual rebotó y quedó perfectamente incrustado en el cristal trasero, mientras yo lo observaba todo desde el interior, a través del espejo, sin poder hacer nada y habiéndolo provocado todo. Esa escena se me repite una y otra vez, sin remedio, me mata la culpabilidad, incluso en alguna ocasión he notado su presencia acusatoria y le he visto totalmente destrozado en mis peores pesadillas. No se si entiendes de qué te hablo…

 

Juana asintió, desvió la vista hacia la ventana.

- Sí, sé de qué me hablas.

Rico irrumpió de pronto en la habitación, Li se asustó y Juana volvió al estado catatónico que tenía cuando la doctora empezó a tratarla. Había estado observando a ambas a través del cristal de la puerta sin que ninguna se percatara de ello. Se dio perfecta cuenta de que, tanto la doctora como Juana, fingían en su presencia. Rico enrojeció a causa de la ira pero respiró hondo y dando un tremendo portazo, salió de la sala sin rumbo fijo. Li se dirigió hacia Juana mirándola severamente y agarrándola de los hombros le dijo:

- ¿Quieres explicarme de una vez qué está pasando aquí?, ¡si te lo pregunto a ti y no a él  es por que sé que el doctor Rico me ha estado utilizando y no tengo la más mínima idea de para qué¡ quiero ayudarte, créeme, pero no puedo hacerlo si no sé la verdad.

- Si lo supieras, correrías peligro y no sólo tú, también tus seres queridos.

- Esa decisión me concierne exclusivamente a mí y quiero que me lo cuentes.

Juana agachó la mirada, se tocaba continuamente los dedos de las manos, hacía gestos con los labios como si necesitase sacar fuerzas de las entrañas y llenarse de energía para comenzar a hablar. Entre dudas internas y sentimientos oscuros, con cierta debilidad, empezó su historia:

- Hace casi cinco años mis padres y mi hijo de diez años salieron a pasar un fin de semana de crucero, bordeando la costa, en el yate privado de mi padre, a mi no me parecía correcto por el niño, no sabía nadar muy bien y temía que pudiera caerse al agua…, en fin, esas cosas que pensamos siempre las madres. Mi marido insistió tanto que al final acepté, sin embargo algo en mi interior me decía que no iba a salir bien. Al poco tiempo de partir del muelle el yate explotó en mil pedazos, no quedó nada, ni del barco, ni de mis padres, ni de mi hijo, nada. La policía dijo que la explosión fue provocada porque se atascó la salida de aire del motor, eso me extrañó, mi padre cuidaba muy bien su yate y le hacía contínuas revisiones, pero ya tenía una cierta edad y pensé que tal vez tuvo un descuido. Mi marido y yo nos quedamos destrozados, gran parte de mí se despedazó con ese barco, mi hijo era lo que más quería en este mundo,…. El tiempo pasó y yo estuve sumida en una profunda depresión, apenas me interesaba por nada, mi vida se había quedado tan vacía…

La noche anterior a mi ingreso en la clínica recibí una llamada, era un tipo que preguntaba por mi marido, en ese momento no estaba y le dije que podía dejarme el recado o llamarle más tarde y el respondió: “- Señora, dígale a su marido, que si no quiere que nadie sepa quién mató a su familia, más le vale que se encuentre en casa dentro de una hora porque pasaré a visitarle, si no, mañana saldrá en todas las portadas del periódico, le aconsejo por su bien que localice a su marido”, y sin más colgó el teléfono. Jamás pensé en la posibilidad de que el accidente fuera un asesinato, ¿quién querría matarlos?, las cosas iban muy bien y no teníamos enemigos, por otro lado, ¿qué tenía que ver todo esto con mi marido?. Llamé a su número privado y le conté lo ocurrido, le hice algunas preguntas, pero me respondió que la cobertura estaba mal y que no me oía, que no me preocupase que estaría en casa en una hora, y colgó.  A los cuarenta y cinco minutos de esto entró por la puerta, nervioso, rojo de ira, dando voces, me mandó a la cocina y me ordenó que me quedase allí pasase lo pasase, yo nunca le había visto así, me dio miedo y obedecí,…, un poco. Al poco sonó el timbre de la puerta y abrió él, yo intentaba ver y oír lo que pudiese sin que se dieran cuenta. Entró un tipo grande, vestía de traje, no pude ver su cara, inmediatamente pasaron hacia el salón, yo salí despacio e intenté acercarme sin hacer ruido, a una distancia que me permitiera enterarme y a la vez huir si se daba el caso. Comenzaron a discutir. Ese hombre estaba acusando a mi marido de la muerte de mi familia, incluido mi hijo, y le estaba amenazando con destaparlo todo si no le daba su dinero, a continuación escuché un golpe seco y el hombre dejó de hablar al momento, me acerqué un poco más, entonces salió mi marido y me descubrió, empezó a pegarme y a gritar que todo esto era por mi culpa, que yo le había obligado a matarlos, incluido a aquel hombre. Yo no era capaz de entender qué diablos quería decir con eso. A golpes me llevó hasta la habitación y me dijo que si sabía lo que me convenía que no me moviera de allí. Supongo que fue a deshacerse del cadáver, porque, por lo que pude oír desde mi cuarto, parecía como si fuese arrastrando algo pesado por el suelo y cuando regresó, bastante tiempo después, traía las manos vacías. En el periodo en que permaneció fuera de la casa, yo intentaba pensar, en el accidente, el los años de después, en los días previos a la muerte de mi hijo…, y ahí encontré la respuesta. La semana anterior al suceso, mientras hacía limpieza en el despacho, dónde acababan de asesinar a aquél hombre anónimo, descubrí unos papeles que distaban mucho de ser legales en cuanto a contenido se refiere, implicaban a mi marido en un fraude farmacéutico de millones de dólares. Comprando el silencio de algunas personas y los derechos de manipulación al propio laboratorio, taparon  el descubrimiento de la vacuna para el sida y crearon  medicinas patentadas para controlarlo y hacerlo crónico, con todo lo que eso significa. No me lo podía creer. Cuando llegó le pregunté acerca de aquello pero sólo conseguí que se metiera en su despacho sin siquiera mirarme. Llamé a mi padre y le dije lo que sabía, me respondió que hablaría con él. A los tres días ambos se citaron para conversar sobre el tema, no se qué se dijeron pero de ahí salió la estúpida idea del crucero, que ahora ya no me lo parece tanto. Por eso los mató a todos y yo, seguí amándole durante todo ese tiempo sin saber que me estaba acostando con el asesino de mi hijo, cuya conciencia jamás se inmutó por el hecho. Cuando volvió a casa después de deshacerse del cadáver, me introdujo unas pastillas en la boca que me obligó a tragar y me desperté ingresada en este hospital psiquiátrico, dónde llevo casi cuatro años burlando a los médicos sin ingerir ni una sola dosis de los fármacos que me han administrado. Este tiempo lo he pasado sintiendo asco de mí misma y cargando con toda la culpa; si no hubiese descubierto esos papeles nada de esto hubiera pasado, mis padres e hijo seguirían con vida, sin embargo, jamás hubiese descubierto al asesino con el que compartía mi vida y mis sueños.

- ¿Quién es su marido?, ¿Dónde está ahora?

- El doctor Rico. Ahora que lo sabe está en peligro, igual que yo. Cuanto más tarde en enterarse de que hemos hablado, tanto mejor, eso nos puede dar alguna ventaja, yo no puedo salir de aquí y aunque lograse hacerlo no tengo dónde esconderme de Rico, él se encargaría de que todos me tomasen por una loca, hay demasiado dinero en juego, sabe lo que hace y no dejará cabos sueltos. La decisión, como bien dijiste, es tuya, sólo tú puedes contarle al mundo lo que pasa.

_ Tengo un amigo que su hermano trabaja en una revista de cómics, ya sé que no es The Times pero seguro que conoce a alguien del mundillo que pueda echarnos una mano. Es todo lo que se me ocurre en estos…

 

Sonó el busca de Li, otra vez Rico. La doctora se dirigió a la tercera planta, donde se situaba la sala de consulta del doctor. Caminaba deprisa mientras pensaba en la forma de dar esquinazo a Rico, sin embargo, ahora no parecía tan fácil, pues ya no tenía que negociar con un médico, sino con un asesino inteligente. Llamó a la puerta, no era un rasgo muy común en ella pero ganaba los segundos suficientes para colocarse un poco, física y mentalmente, antes de entrar.

  _ Adelante doctora pase, no tiene buen aspecto, ¿le apetece una taza de café?

_ Sí, gracias, doble de azúcar, por favor.

_ Quería disculparme, mi comportamiento de antes estuvo, a todas luces, fuera de lugar. Espero que no influya en la opinión que tuviese, hasta ese momento, de mí como doctor. Con todos los asuntos del hospital, los pacientes,…, en fin, a veces me pongo demasiado…

_ No tiene por qué disculparse, le entiendo. Yo también estoy agotada. Todo este asunto de Juana me ocupa tanto tiempo que…

_ ¿Por qué no se va a casa y descansa un poco?, yo me encargaré de sus pacientes.

 

Li aceptó, necesitaba salir de allí a cualquier precio. Bajó al garaje y arrancó a toda velocidad dejando una hermosa huella quemada de neumáticos en el cemento. Tenía prisa, prisa en salir, prisa en pensar, prisa en reaccionar…, sin embargo, comenzaba a encontrarse realmente mal.

 Con la certeza de que la doctora había salido del hospital, Rico se tomó ampliamente la libertad de visitar a Juana, sin ocuparse, en absoluto, de la posibilidad de ser interrumpido por Li. Completamente motivado entró en la trescientos cuatro.

_ Hola preciosa, cuánto tiempo, demasiado, ¿no crees? Es inútil que te hagas la tonta, la loca o como quieras llamar a ese falso estado de apatía que finges conmigo. Se que hablas, te he oído y también he visto a través de esa ventanita como charlabas con la doctora. ¿Ya se lo has contado?, ¿Le has contado nuestro “secretito”?. Seguro que sí, no mantendrías esa enorme boca cerrada aunque la tuvieses cosida con grapas. Por eso he tenido que hacer todo lo que he hecho, tú me obligaste entonces y lo haces  ahora. ¿Sabes?, yo siempre quise un buen futuro para los dos, pero tuviste que estropearlo pariendo un hijo completamente imbécil y afeminado, del que me tuve que deshacer, antes de que tuviera edad suficiente  para emanciparse y, así, evitar tenerle cerca haciendo esos asquerosos gestos de niña, junto con unos suegros entrometidos que no tenían nada que decir al respecto de mi vida. Eres una idiota, podías haber vivido como una reina, yo te necesitaba a mi lado, te quería, por ti habría hecho cualquier cosa, incluso aceptar al maricón de tu hijo, y digo tu hijo, porque dudo mucho que algo así tenga nada que ver conmigo, pero con el tiempo seguro le hubiese aceptado, sólo tenías que mantenerte calladita. Ahora tendré que matarte como a los demás. Como a la doctora Li. No me mires así, todo podría haberse evitado, tú eres la única culpable y has de pagar por ello.

_ Estás loco. Prefiero morir que volver a ver tu cara de enfermo, eres tú quien debería estar encerado, no yo. Si me matas será mi liberación, no mi condena.

 

Las imágenes comenzaban a desfigurarse ante los ojos cansados de Li, sentía como poco a poco iba perdiendo el control sobre sí misma, le faltaba la respiración, se encontraba cada vez más mareada, pisó el acelerador, necesitaba llegar a su casa antes de acabar  estrellada contra algo. No dependía de ella. El cóctel compuesto en el laboratorio por el doctor Rico era, simplemente, mortal, no dejaba residuos en el cuerpo y el posible análisis de la autopsia desembocaría en “muerte súbita”, despejando así las posibles dudas que surgieran con respecto a la causa del suceso. El corazón de Li se paró, paradójicamente, mientras conducía a más de ciento veinte kilómetros por hora. Se salió del puente que unía ambos lados de la carretera secundaria y fue a parar al arroyo casi seco de agua y a la vez lleno de lodo, quedando incrustado en el barro de inmediato.

El doctor Rico inyectó el mismo veneno que había administrado a la doctora minutos antes en el cuerpo sumiso de su esposa. Al día siguiente, Juana, apareció en la bañera de su celda. Sabiendo que iba a morir se preparó un baño de espuma caliente en el que ahogó los últimos resquicios de su vida. Dos días después del accidente, un cazador que merodeaba por la zona del puente, halló el coche hincado en el arroyo con el cuerpo inerte de Li en su interior.

A partir de entonces el doctor Rico siguió con sus multimillonarios y poco legales proyectos, olvidándose de todo lo que había sucedido hasta entonces, quedando todo enterrado bajo una enorme capa de silencio, silencio obligado.

 

 

 

 

 

  

Sin Miedo

 

  

                                       Después de dar diez o doce vueltas alrededor de la mesa del salón de mi casa de forma automática,(lo hago cuando pienso),paré de forma brusca y desperté del trance,(lo hago cuando por fin tomo una decisión).Decidí volver a tomar notas.No hacía esto desde que estaba en la universidad estudiando medicina.Despues de escribir horas y horas, pasarlo a limpio, dejarlo ordenadito y listo para servir, desaparecían. Mis “compañeros” les hacían fotocopias, se las pasaban de unos a otros y, encima, me decían qué clases no podía perderme porque necesitaban los apuntes. Me prometí a mi misma no volver a anotar nada hasta que no tuviera algo importante que decir y diese igual que me lo tomasen prestado o no, incluso mejor si alguien lo publicase.

Ahora trabajo en la UCI en turno de noche y creo que tengo algo que decir.

Me llamo Laura y, como ya he dicho, trabajo en un hospital.

Soy oncóloga, no paso consulta, trato a los internos en planta, casi todos en fase terminal. Se podría decir más bien que lo que hago es cuidar a personas hasta que mueren. Me gusta mi trabajo. Es lo único que se hacer y he hecho en mi vida. No me he casado, no he tenido hijos y tampoco me ha emborrachado nunca. Solo trabajo. Cuarenta y ocho años y “ni perrito que me ladre”.

Hace cosa de un año ingresó Luís, un joven de veinticuatro años con un avanzado cáncer de médula. Le habían operado siete veces en los últimos cinco meses sin ningún éxito. El chico se moría. No existía el remedio, pero su familia se empeñaba en mantenerlo vivo hasta que Dios quisiera, aunque eso supusiese estar enganchado a una máquina hasta su muerte, como era el caso. Estaba cubriendo turnos por entonces y me tocaba vigilar a los que estaban en coma. Cómo me aburría muchísimo, empecé a hablar con los dormidos, a veces les ponía música, otras les leía libros, artículos de revistas, incluso, en alguna ocasión cuando no tenía nada más a mano, les leía las ofertas de los grandes almacenes. Hasta que llegó Luís. Le colocaron en la doscientos seis solo. Normalmente los dormidos se colocaban en habitaciones dobles.

La primera noche con al novedad y los familiares rondando por ahí apenas lo vi. La segunda entré en la doscientos seis y me presenté. Le hablé de su enfermedad y le di la bienvenida. Si no fuese porque es imposible, por un momento hubiese jurado que abrió los ojos y me miró. Lo sentí pero no tuve miedo, sino una sensación agradable de bienestar. Cuando salí de la habitación comencé a sentir escalofríos, como si pasase de un lugar cálido a uno absolutamente congelado. Esto me tuvo perpleja todo el día siguiente, quería volver a ver a Luís, sin embargo me subía la adrenalina cuando me acordaba de la noche anterior y eso me frenaba, además ya no tenía que cubrir más turnos allí. Volví para la UCI, pensé que se me pasaría, pero no fue así y decidí visitarlo fuera del horario laboral.

Al principio solo iba un par de horas, pero el tiempo fue en aumento hasta tal punto que ya no salía del hospital.

Cuanto más estaba al lado de Luís tanto más feliz me sentía. En la sala existía una energía que desafiaba toda mi lógica y estudiosa vida. Una gran paz rodeaba mi cuerpo y traspasaba a mi interior, me llevaba al cielo. Todo esto me creaba una seria dependencia y Luís tenía algo que ver con ello.

Antes de continuar quiero dejar bien claro que no creo en cosas raras y que mis opiniones, diagnósticos y demás, siempre los he basado en hechos científicos. Dicho esto me dispongo simplemente a narrar lo que pasó.

Pasaba tanto tiempo en la habitación de Luís, que a veces me quedaba dormida en el sillón de habitación sosteniendo sus manos entre las mías.

Algo debía ir mal, o quizás demasiado bien, en mi cerebro, pues, era en este estado del sueño junto a Luís, cuando mejor veía la realidad. Encontraba sentido a casi todo en la vida, desde los universos más microscópicos hasta el macrocosmos, pasando por una completa gama de colores en escalas evolutivas. Primero retrocedía desde mi posición en el universo de los tiempos hasta los principios humanos, siendo en todo momento consciente de la variedad de mundos paralelos que se desarrollan a la vez unos dentro de otros en perfecto son. Luego avanzaba hacia universos desconocidos, con ciclos distintos e igualmente perfectos que los anteriores. Entonces me quedaba suspendida en el espacio contemplando la exquisitez de esa maquinaria, sin prisa, sin pausa, todos los universos se movían al unísono circularmente, con movimientos internos y externos, en completa armonía, como formando parte de un gigantesco baile.

Luego volvía a mi realidad y me daba cuenta de la visión tan plana que poseía de mi mundo. También pensé que si Dios existía debía ser una especie de inventor lleno de energía, una máquina creadora de vida, no se, en cualquier caso, vida y creación en su aspecto más puro e infinito. Estas experiencias pasaban igual tanto si dormía una hora como cinco minutos. En ese lugar el tiempo no existía, no al menos como lo conocemos, allí todo tiene su ritmo.

Así pasaron diez meses. Después, de repente, todo acabó.

Yo seguía visitándole de forma habitual, supongo que le cogí cariño. Habían pasado ya dos meses desde el último “viaje” y, en cierto modo, lo echaba de menos. Y ahí estaba yo, sentada a los pies de su cama en el, más que familiar, sillón de la doscientos seis, esperando alguna señal. Al mirar por el rabillo del ojo, me percaté de que la enfermera que se veía a través del cristal de la puerta no se movía. Me levanté, asomé al pasillo y pude comprobar que médicos enfermeras y familiares permanecían inmóviles. Me metí de nuevo en la habitación y vi a Luís sentado en la cama. Casi me da un infarto. Él me sonreía y con un gesto me invitó a seguirle. Yo estaba medio muerta del susto pero le seguí.”Esta vez yo cogeré tu mano”, me dijo. Así lo hizo e inmediatamente comenzamos a elevarnos velozmente como dos trozos de hierro atraídos por un enorme imán. De pronto nos detuvimos en un lugar cálido, ingrávido, sin dimensiones lógicas. Luís no soltaba mi mano, me miró a los ojos y, sin mover los labios, comenzó a hablarme. Me agradeció mi dedicación desinteresada y me premió con un conocimiento secreto.

-“Quiero que veas esto Laura. Las personas quieren saber qué hay después de la muerte, cual es su final, como si ya supieran dónde está el principio o lo que hay antes de nacer. Todo se ha de empezar por el comienzo, pues principio y fin son una misma cosa a la inversa, como en el día orto y ocaso. Dios crea vida de forma independiente y autónoma. En algún momento y por alguna razón te creó a ti Laura. Tu alma es tan antigua como el comienzo de los tiempos, como la de todo el género humano. Tienes infinitud de vidas pasadas, dedicadas, exclusivamente, a tu aprendizaje. Llegado el momento volvemos a esta dimensión, donde nos evaluamos con respecto a los conocimientos de maestros superiores. No es un juicio. Dios quiere que saques lo mejor de ti y te ayuda a hacerlo vida tras vida. En este punto somos receptores de lo que necesitamos por lo que elegimos previamente el futuro con amigos, familia, sexo, parejas, conflictos e incluso nuestra propia muerte, siempre adaptándolo a lo que queremos o necesitamos conseguir. Lo que no sabemos es que, cuando atraviesas el túnel de luz para terminar en un sagrado útero especialmente diseñado para ti, pierdes estos recuerdos con tus primeros años de vida y no hay nada exterior que te de pistas. Tu misión solo está registrada en un sitio, tu corazón. Podemos pasarnos dos mil años entre vida y vida sin llegar a descubrir esta simpleza. Ahí es donde hay que buscar, Laura. En tu corazón están grabadas con letras de fuego las palabras del Espíritu Creador, el Verbo de Dios. Por eso sentimos como sentimos, tomamos una profesión u otra, tenemos buenas o malas familias, con lo relativo del bien y del mal a través de nuestras percepciones. Después de vivir en la tierra, mueres en ese plano y atraviesas otra vez el túnel de vuelta a aquí, tantas veces como sean necesarias hasta que encuentres en tu corazón las Santas Palabras, que serán tu llave hacia el siguiente universo y a tu evolución espiritual.

Te he dicho esto en respuesta a la pregunta que siempre me hacías a través de tu subconsciente. Cuidas moribundos, trabajas rodeada de muerte, no tienes amigos, hijos…, no has arriesgado ningún sentimiento. Tu mente es rica en conocimientos, pero tu corazón es un indigente solitario.

Te ofrezco la posibilidad del saber en esta vida, de que vivas de acuerdo a lo que tú misma esperas de ti. Por muchos méritos que puedas llegar a obtener, no serás nada si no amas. Has de renacer teniendo esto presente. Dios es creación continua, lo has visto, sentido, probado su amor y ya no podrás olvidarlo nunca. Tú decides. Ya no tengo nada más que enseñarte, a partir de ahora y, como ha sido siempre, depende de ti.

Quizá nos veamos en otra vida pero ahora mi tiempo se acaba.”

Según terminó de decir esto desperté en el sillón de un sobresalto. La gente volvía a moverse y Luís seguía ahí quieto. La máquina que controlaba pulso y latido comenzó a pitar desconsolada. Llamé al timbre y la sala comenzó a llenarse de médicos y ATS. A pesar del esfuerzo del equipo médico por salvar su vida Luís murió.

Ahora me toca a mí decidir que pensar sobre el tema, o pensaba que fue todo un delirio provocado por mi estado de ánimo, que por otra parte era el de siempre, o bien, hacía caso de la experiencia y replanteaba mi vida.

Bien, me he tomado un mes de vacaciones que empecé ayer y no se que saldrá de todo esto pero, voy a probar, a ver que pasa.  

 

 

 

 

 

 

Voluntaria                       

 

 

   María  tenía veintiséis años, un mal matrimonio, un hijo precioso de tres años y un trabajo lleno de frustraciones, en un local nocturno. Su marido era su jefe, lo que significaba aparte de hacer la limpieza de la sala, atender a los proveedores, lidiar con toda clase de tipos afectados por los excesos de la noche y aguantar las continuas borracheras mezcladas con otras sustancias con las que le premiaba su marido. Todo esto sin contar  los abusos  físicos que le proporcionaba su pareja en esas insoportables resacas. En casa tampoco se aburría, también le tocaba hacer la limpieza, la colada, la comida, cuidar de sus suegros que, como era la única nuera que les hacía caso, de cada dos semanas una se instalaban a vivir con ella, los cuñados que hacían lo mismo que los suegros y el niño, que era sólo suyo. La economía la administraba el marido, sólo para él había dinero. Tenía que apuntarle si quería pan, compresas leche, un paquete de tabaco o cualquier otra cosa y él se lo traía con tal de no tener que darle un duro a ella, pero si se pasaba de gastos, como pedirle un café en un bar por ejemplo, ya estallaba la chispa y empezaba a insultarla sin piedad. María siempre terminaba sintiéndose culpable, pidiendo perdón, con la autoestima por los suelos y sin un duro.

Necesitaba escapar de todo eso, aunque sólo fueran un par de horas al día y como sólo podía salir o bien, para ir al médico o bien, para visitar a su madre lo “justito”, pensó en algo a lo que no podía negarse su marido. Se hizo voluntaria en cáritas, durante dos horas por la tarde, enseñando a leer y escribir a mayores de sesenta y cinco años. Nunca había hecho nada igual, pero sacando un poco de confianza en ella misma y acordándose de los métodos de siempre, pensó que no serían muy distintos de los niños. Lo primero que hizo fue pedir en la parroquia cartillas de preescolar que algunos colegios donaban para los niños pobres. El primer día se le pasó como un suspiro y apenas se dio cuenta de nada en clase, luego pensando, recordó que no había ningún hombre en el aula y que de las cinco mujeres que la formaban, tres estaban viudas, otra tenía a su marido con alzeimer y otra, que todavía estaba casada, había dicho en casa que venía a aprender el rosario. Pasaron varios días y María se implicaba en su trabajo de voluntariado y cada vez se veía más profesional, más segura. Una tarde, María tenía la moral por los suelos, gracias a los premios que recibía en casa, y en medio de la clase rompió a llorar desconsoladamente, no podía parar. Las mujeres serenamente, se levantaron, le rodearon y le mimaron como si de su propia hija se tratase. Una de ellas, que vivía encima de la parroquia, subió a su casa y bajó café, leche y pastitas para todas, en un periquete. Ese día realmente empezaron las clases para María. Quería conocer cómo sentía y vivía cada uno de los cinco ángeles que venían cada día a su clase. La tarde que querían estudiar, estudiaban y la que no, preparaban la hora del té a lo cristiano.

Juani tenía sesenta y siete años, no sabía pronunciar la efe y la cambiaba por la zeta, decía sozá por sofá, o zoca por foca, por ejemplo. Llevaba viuda desde los veintinueve años y tenía dos hijas, una de ellas todavía vivía con ella. No se había vuelto a casar porque entonces ningún hombre del pueblo quería hijos de otro. No tuvo otra oportunidad. Nadie nunca le miró como se mira a una mujer. Quedó marcada. No volvió a salir de casa.  Tomaba pastillas para la depresión y de vez en cuando sufría pérdidas de memoria, por lo que todo lo que aprendía, se borraba de un día para otro y María tenía que volver a empezar de nuevo desde el principio, pero no le importaba.

Angelines tenía sesenta y cinco años, aunque ella decía sesenta y dos. Era muy agradable. Tenía dos hijos, uno de ellos gay. Su marido nunca se enteró, pues todos se lo ocultaron y en el estado actual en el que se encontraba, un avanzado alzeimer, le daría igual verlo vestido de faralá que de lagarterana. Angelines se sentía culpable de la homosexualidad de su hijo, de la locura de su marido, de la soltería del otro hijo y de la guerra civil española, también. Tomaba pastillas, unas para dormir, otras para no hacerlo y otras que ella llamaba de la alegría, y debían serlo, porque cuando se las tomaba se soltaba el pelo y terminaba llamando a todo el mundo de tú. Juani y ella eran vecinas desde hacía treinta años, apenas separaban dos metros una casa de la otra y, sin embargo, se conocieron en la clase de María.

Cecilia tenía sesenta y ocho años y un aspecto de cincuenta. Se había criado sin madre, de su padre tampoco supo nunca, le adoptaron unos parientes lejanos. Estos le esclavizaron en la granja que poseían hasta que, un día, pasó un señor que le doblaba la edad, se la llevó a cambio de previo pago y se casó con ella. Lo único que Ceci dijo fue el “sí quiero” en el altar y ni siquiera lo pensó. Tuvo un hijo y una hija. Su marido era muy bueno, muy trabajador… y muy tirano. La hija se casó y se fue a vivir al mediterráneo y el hijo se hizo militar. En un permiso del ejército volvió a ver a su madre para celebrar su cumpleaños número treinta y lo celebró estrellándose contra un muro a ciento ochenta. Murió. Ceci nunca lo superó, su vida quedó sesgada con la de su hijo esa misma noche. Su delicado marido no supo respetar su dolor y la misma noche del entierro de su hijo la violó tres veces, terminó en urgencias desgarrada por dentro y por fuera. No pudo denunciar porque la violación dentro del matrimonio no estaba considerada como delito. Al poco de esto su marido murió y  Ceci se sentía culpable de la felicidad que le proporcionaba este hecho. Al fin era libre, había tardado cincuenta y tres años en alcanzar la libertad y empezó a vivir, a emplear el tiempo en ella, para variar.

Toma pastillas para los ataques de angustia que aún le provoca la muerte de su hijo, que no olvida y que necesita revivir contando cada detalle.

Ángela tenía sesenta y seis años. Su verdadero nombre era Inocenta porque nació el día de los Santos Inocentes, pero odiaba ese nombre y se puso el de Ángela. Era viuda, no tuvo hijos porque no vinieron, aunque la culpa era de ella o, al menos, eso decía la familia de él que le llamaban “la seca”, pues su útero era como el desierto de Almería, seco y sin vida. Tenía problemas de reuma y a veces le costaba mucho llegar a clase, a veces se ayudaba de un bastón, pero no le gustaba demasiado pues eso era “de viejas”. Tomaba pastillas para dormir, no podía hacerlo a causa de los dolores.

Carmen tenía sesenta y tres, pero mintió diciendo que tenía más para poder acudir a las clases de María. Cuando lo dijo, todas se echaron a reír, pues lo normal no era ponerse años y menos una mujer. Vivía una vida desgraciada, sin mucho sentido para ella. Se casó mayor para su época, a los treinta y lo hizo porque la gente rumoreaba sobre ella, le hablaba con lástima y la trataban como si tuviese un estigma. Nunca se enamoró, al menos de su marido, de hecho, estando ella en casa atizando la lumbre, alguien llamó a la puerta de la casa de sus padres y pidió su mano, su madre, casi se muere de la sorpresa y les faltó tiempo para responder afirmativamente. Tuvo una hija que, hacía algunos años aprobó las oposiciones y está de funcionaria en Gijón. Apenas la ve una o dos veces al año. No tuvo más hijos porque, después de tener la niña y quedarse como la mayoría de las mujeres, con estrías, más gordita y sin tiempo para mucho, dejó de gustar a su marido y, este, prefería a las putas aunque las tuviese que pagar. Cualquier mujer se hubiese sentido humillada por eso, Carmen no, ella se sentía bien, hubiese sido capaz de inventar la prostitución de no haber existido e incluso de sacar dinero de sus ahorros para pagárselo. Bastaba pensar en un posible contacto físico para producirle náuseas. Ahora sólo daban un paseo al atardecer e iban a misa los domingos, eso era todo lo que compartían como pareja.

A María cada vez  le costaba más acudir a las clases porque, las dos horas que empleaba en esto, su marido se tenía que hacer cargo del niño y no le gustaba que le fastidiasen la siesta todos los días. Además siempre le surgía algo a última hora que le daba la excusa perfecta para lavarse las manos ante tamaña responsabilidad. Era evidente que su marido no podía hacer nada por ella excepto culparle por haber tenido un hijo que, además, era de él y que dejaba desamparado por enseñar a cuatro viejas algo que no debían aprender. Pero María seguía con sus clases, pues era lo único bonito del día, aparte de los ratos que compartía con su hijo. Ya lo tenía hablado con las alumnas y terminó llevándose al niño a las clases. Sin embargo esto tampoco le valía a su marido, pues su hijo no pintaba nada entre tantas viejas y a lo mejor le pegaban un virus. Lo que no quería su marido es que tuviese ninguna ilusión que no fuera estar debajo de su yugo, de su aplastante masculinidad, de quien llevaba los pantalones. A veces interrumpía en mitad del aula sólo para ridiculizarla y humillarla delante de las mujeres, otras, no dejaba en toda la tarde de llamarle al móvil, otras le quitaba las llaves para que no pudiese entrar en su propia casa, en fin, todo lo que se le podía ocurrir para que María renunciase. Lo consiguió. Estuvo de fiesta durante tres días sin aparecer por casa, ni dar señales de vida. Cuando regresó se ensañó con ella y, le maltrató de tal manera, que estuvo dos semanas en la UCI y dos en planta. Luego pudo regresar a su infierno con bastantes secuelas aún. Las alumnas fueron a verle al hospital, pero no pudieron entrar en su casa. Su marido le pidió perdón sin dejar de repetir que le había obligado ella a hacerlo, que debía portarse mejor la próxima vez, que debía hacerle caso, que él no era malo y que todo era por su culpa… María le creyó, pero hubo más veces. Quiso cambiar de trabajo, pero no fue posible, quiso tener amigos, pero no fue posible, quiso ver a su familia, pero no fue posible, quiso salir a pasear, pero no fue posible, quiso sentir el amor, pero no fue posible, quiso realizar proyectos nuevos, pero no fue posible, quiso dejarle, pero no fue posible. El le mató. Una noche solitaria de invierno terminó, a golpes, con sus sueños, con sus ilusiones, con sus esperanzas, con sus proyectos de futuro, con su vida.

Juani, Carmen, Ceci, Ángela y Angelines lo sabían. Sabían que las cosas así no acaban bien y no pudieron hacer otra cosa que llevarle flores al cementerio, entre sollozos, impotencia y rabia. Su marido cumplió dos años de cárcel, luego salió pero no podía estar con su hijo si no estaba vigilado. El niño se quedó a vivir con su abuela materna. Al poco tiempo de su libertad, las ancianas, que iban de excursión, tuvieron un lamentable accidente de coche en que atropellaron a un joven borracho que se les cruzó sin que pudiesen hacer nada para esquivarlo, como corroboraron todas en el parte policial. Este joven murió y era, curiosamente, el marido de María.  

 

__________________________________________________________________________